PIEDRAS HUECAS
«En las arquitecturas del pasado las piezas de servicio ocupaban habitualmente el lugar de la materia ausente.
Integradas en el espesor de los muros, estas piezas parecían haber sido excavadas en la materia densa que los construía. Si una estancia requería del auxilio de una habitación de servicio, bastaba con ahondar en cualquiera de sus límites físicos para ubicarla discretamente, sin que la forma o la dimensión de las habitaciones principales del edificio se vieran afectadas en modo alguno. Los interiores se multiplicaban entonces en piezas cada vez menores, reductos que albergaban armarios, almacenes, pasadizos y escaleras secretas… La arquitectura más pública, visible e intencionada, cobijaba así un mundo más inaccesible y recóndito. Como las dos caras de una misma moneda, el espacio arquitectónico poseía también dos rostros.
Era aquélla una arquitectura de masas y vacíos contra la que el espacio continuo y fluido de la modernidad se rebelaría. Cabría preguntarse, pues, cómo se vio afectada la ubicación tradicional de las áreas de servicio cuando la arquitectura comenzó a despojarse de los excesos de materia que la caracterizaron en épocas pasadas. Y es que si por algo se distinguirá la arquitectura de la modernidad respecto a la pretérita será por un inequívoco aligeramiento o una pérdida sustancial de grosor en sus elementos constituyentes, admitiendo una radical inversión de los parámetros tradicionales merced a la cual el vacío saldrá finalmente victorioso frente a la materia.
Consultemos algunos textos teóricos para ilustrar la cuestión. De manera muy gráfica y refiriéndose a la arquitectura de su tiempo, Marc-Antoine Laugier denunciaría “toda esa masa superflua” de los edificios del período clásico francés, y ante ellos no dejaría de insistir en su proclama: “Sólo veo densidad y masas”. Posteriormente, y certificando el sentido de una evolución que sería tanto espacial como tecnológica, el tratadista Léonce Reynaud, a mediados del siglo XIX, nos advertiría: “… el examen más rápido hará reconocer que en efecto la relación de las partes llenas de las construcciones, es decir, de aquello que cuesta, respecto a las partes libres, o aquéllas que se aprovechan, ha disminuido sin cesar… Raramente conferimos a nuestros edificios ese exceso de solidez que es necesario para hacerlos pasar a una lejana posteridad… Lo que perdemos en duración, lo ganamos en espacio”.
Pese a lo concluyente del enunciado de Reynaud, no podemos dejar de reconocer que la historia de la arquitectura se sustrae en el asunto que nos ocupa, como en tantas otras ocasiones, a un sentido lineal o puramente evolutivo según el cual los hechos posteriores debieran ser una consecuencia directa de los anteriores sin mediar la voluntad expresa del artífice –el arquitecto, en este caso-, y así no tardarán en aparecer las contradicciones o las excepciones que confirmen la regla.
Sucederá, por ejemplo, que una vez completada la evolución tecnológica a la que nos referíamos previamente, algunos arquitectos de la modernidad aludirán, siquiera indirectamente y no siempre de manera consciente, a aquella densidad original que creíamos definitivamente perdida, y lo harán gracias a la masividad aparente que atribuirán a las zonas de servicio en sus edificios.
El objeto de estas notas no es otro que el de desvelar, mediante el análisis de algunas viviendas de la modernidad, el sentido de esa evocación de una arquitectura de masas, que se infiltrará calladamente en las obras de Pierre Chareau, Le Corbusier, Richard J. Neutra, Louis I. Kahn o Robert Venturi […].»
“Piedras huecas / Hollow stones,” in Casa por Casa: reflexiones sobre el habitar, ed. Jorge Torres Cueco (Valencia: General de Ediciones de Arquitectura, 2009), 74-89.
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