GENEALOGÍA DEL INTERIOR
«En un conocido artículo de 1898 titulado “El principio del revestimiento”, Adolf Loos propone una teoría insólita sobre el origen del “arte de construir” —el autor tendría poderosas razones para evitar llamarlo “arquitectura”—. Dice Loos: “Pongamos que el arquitecto tuviera aquí la misión de hacer un espacio cálido y habitable. Las alfombras son cálidas y habitables. Este espacio podría resolverse poniendo una de ellas en el suelo y colgando cuatro tapices de modo que formaran las cuatro paredes. Pero con alfombras no puede construirse una casa. Tanto la alfombra como el tapiz requieren un armazón constructivo que los mantenga siempre en la posición adecuada. Concebir este armazón es la segunda misión del arquitecto. Este es el camino correcto, lógico y real que debe seguirse en el arte de construir”. Y concluye: “Lo primero fue el revestimiento”.
Nuestros ancestros quisieron protegerse de la intemperie y para ello se construyeron un abrigo que era algo más que aquel abri du pauvre que Ledoux representara en su tratado, algo más que aquella cabaña rústica con la que Laugier simbolizara el principio. Ambos autores evocaron el origen de la arquitectura como arte tectónico mediante una construcción elemental; no obstante, Loos parece advertirnos de que “el revestimiento es más antiguo que la construcción”, pues ésta no es sino un medio subsidiario para mantenerlo erguido y en su posición.
Si trazásemos una historia de la arquitectura que tuviese en cuenta su hipotético origen como revestimiento, el actual “diseño de interiores” se alinearía tras una serie de antiguas experiencias que arrojarían quizá algo de luz sobre esta práctica, que aún hoy busca su legitimidad. No en vano los grandes principios de la arquitectura han recaído tradicionalmente en su papel como armazón constructivo, mientras que otras facetas de la obra como la decoración de los interiores han sido tratadas como cuestiones menores basadas, en el mejor de los casos, en posturas “ateóricas” y no siendo, en el peor, más que meros indicios de un gusto pasajero ajeno a las cuestiones esenciales e intemporales de la arquitectura. Y ello a pesar de que, por su mayor proximidad con el habitante, siempre han proporcionado “pruebas de fuertes interacciones entre lo visual y lo social”, más ajustadamente incluso que “las grandes cuestiones de la teoría de la arquitectura”.
Cierto es que, a lo largo de la historia, hemos conocido grandes excesos en lo que a la decoración se refiere, como las excentricidades del rococó más desaforado o las de la propia época de Loos, quien, tras un ecléctico siglo XIX, no dejará de recordarnos la incomodidad de vivir en viviendas “de estilo” que “tiranizaban a su pobre dueño”, precaución que quizá deba ser hoy tenida en cuenta hacia algunas viviendas “de diseño”.
La disociación entre revestimiento y construcción que Loos plantea parece evocar la clásica afrenta entre tapiceros y arquitectos acaecida a lo largo de los siglos XVIII y XIX cuando ambos gremios debían colaborar estrechamente en la decoración de los interiores de la alta sociedad. Según Peter Thornton el conflicto se basaba en que “la formación de un arquitecto tendía a mantenerle al margen y a incitarle a considerar indigno de él el hecho de ocuparse de asuntos tan prosaicos como el mobiliario y la decoración, que eran, después de todo, considerablemente efímeros”.
Sin embargo, no sucedía así en todos los casos […].»
“Genealogía del interior / Genealogy of interior,” in Conversaciones de interior (Valencia: General de Ediciones de Arquitectura, 2009), 388-399.
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